12 septiembre 2011

Post mortem

Cuando tenía más o menos 14 años, hubo una oleada de muertes alrededor de mi familia. En un lapso de tiempo que yo recuerdo como un año, se murieron 4 personas. 

No era la primera vez que me tocaba enfrentarme a la idea de la muerte, pero en ese entonces me pegó mucho que fueran tan cercanas en tiempo y espacio. Y recuerdo que así empecé a escribir, para tratar de entender la muerte. La presencia inmóvil de alguien a quien nunca más volverás a ver en tu vida. El dolor y el vacío que queda en las personas que amaba. Los arrepentimientos, las cosas dejadas a medias y el manojo de recuerdos y anécdotas que se esparcen en los que recién extrañan. 

Ninguna de las personas que murió era tan cercana a mí, pero eran familia, eran parte de ese paisaje pintado en mi cabeza formado por una multitud de parientes pululando en reuniones familiares, fiestas navideñas y veranos en la playa. 

Este año, extraño año, ha sido una oleada trágica también. Ya se murieron tres personas. A eso le tengo que sumar al que estuvo en peligro de irse, al que le hicieron daño y al que se dañó para siempre. Me tocó ser portavoz de malas noticias, pasarla en el hospital, aguantarme las lágrimas para no dejar que otros se derrumbaran, escuchar todo lo que pude escuchar y cubrir ausencias. 

Una de las personas que se fue, era alguien a quien apenas conocía, pero que tuvo un papel determinante en mi vida. Me dolió saber tan poco de él, que desapareciera tan rápido como llegó y no haber tenido la oportunidad de darle las gracias por lo que hizo por mí. 

Creo que lo más difícil para mí es ver el dolor en personas a las que quiero. Me duele saberlos mal y sentir que no puedo hacer gran cosa por ellos más que estar ahí. Incluso temo acercarme y siento que  mis palabras no son suficientes. Trato de imaginar lo que deben estar pasando y no puedo dimensionar la magnitud de su dolor. Su tristeza está ahí flotando alrededor, junto con los recuerdos y el caos que la tormenta dejó a su paso. 

Una de las ausentes tenía mi edad y se fue demasiado pronto, de una manera ciertamente inesperada y trágica, como pocas veces sucede en la vida, como creemos que sólo le pasa a otras personas, lejanas y ajenas, no a nosotros. 

Todas las cosas que hago y que puedo hacer ahora están bañadas de deseos de hacer las cosas bien, de dejar de hacer cosas sin importancia, de hacer justo lo que quiero hacer, de concretar lo que sueño; de no pensar tanto, olvidarme del miedo a ser lastimada, hacer ridículo sin frenos; de estar en donde y con quien yo quiera estar; de ser espontánea, algo irresponsable, llegar tarde y olvidar las cosas; de no dar explicaciones y dejar de hacer lo que se espera de mí; de bailar hasta el cansancio, cantar en el coche y extender las mejores experiencias hasta el último minuto; de decir un montón de te quiero's, llenar de abrazos, perder la cabeza y decir lo que que siento sin medidas.

La muerte me reconcilia con todo lo malo que me ha pasado en la vida. Debe haber algo mejor más adelante. No quiero perderme nada. 

Sólo quiero vivir todo lo que tengo que vivir. Quiero saber cuál es mi historia, la que escribo en cada decisión y la que ocurrirá sin que pueda atraparla entre mis dedos. 

2 comentarios:

  1. hacer el ridiculo sin frenos y dejar de hacer lo que se espera de mi,,, me encantó! es cierto chumina,, mucho tiempo lo dedicamos a lo que creemos que debemos de hacer,, en vez de lo que nos dicta el corazón...

    Buen momento para reflexionar y ver hacia donde vamos, y hacia donde queremos ir..

    Un abrazo desde Monterrey!
    Yuju!

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  2. me encanta como escribes.. en especial este post el cual hace tener una pausa para preguntarme si realmente haces justo lo que quiero como bien lo dices

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